"Las Meninas" de Picasso
Valentín Roma
Dentro del ciclo “Miradas sobre la colección” el Museu Picasso invitó a Valentín Roma a dar una charla. La versión escrita íntegra se encuentra en la web del museo en versión pdf. Hemos extraído para el blog los fragmentos más directamente relacionados con la obra de Picasso. Es un texto interesante, lúcido y provocador. Lectura recomendada 5 * Tradicionalmente el arte entendió la apropiación desde su vertiente más esquemática y, al mismo tiempo, más sensacionalista […] Dentro del “apropiacionismo” –tal vez, el ismo postmoderno por antonomasia– no sólo habita cierta forma de homenaje, plagio o parodia, sino también la afirmación de estar dentro de una misma idea colectiva. En este sentido, tal vez cabría pensar la apropiación desde un lugar diametralmente opuesto al que propone la historia del arte, esto es, como un proyecto comunitario, un posible comunismo desarticulado. Desde esta perspectiva que desatiende la condición del autor, quizás deberíamos rescatar algunos conceptos que son una especie de registro emotivo –una mala palabra– de lo que es el arte. Me gustaría, entonces, proponer dos términos sobre Picasso y Las Meninas. El primer término es tradición. El segundo término es promiscuidad. Distingamos cuatro clases de promiscuidad artística: la promiscuidad de la carne, la promiscuidad del tiempo, la promiscuidad de la mirada y la promiscuidad de la historia.
[Para una explicación detallada de cada una de éstas y la correlación que hace con
la obra de varios artistas, véase el texto íntegro de Valentín Roma.]
[…] Por fin llegamos a la cuarta promiscuidad, la de la historia, y aquí llegamos, por fin, a Picasso.
Hablar de apropiacionismo en Las Meninas de Picasso es referirse a algo inexacto y excesivamente parcial. Hablar de variación es igualmente atender, solo, a un método de trabajo que ni es patrimonio de Picasso ni es, siquiera, una seña de identidad picassiana.
Me han invitado a hablar de esta serie de cuadros y les tengo que confesar –no es una broma– que apenas si los entiendo. Ojala fuese John Berger pero malogradamente para ustedes no lo soy, por lo que intentaré lanzar una serie de ideas que me suscitan Las Meninas y que quisiera compartir con el público.
La primera idea es que Las Meninas me parecen un diario adolescente, esos en los que uno va anotando todo lo que le pasa y que después, pasados los años, se manifiestan como un muestrario de escaramuzas psicológicas y de derivas emocionales. Esos saltos desde lo intrascendente hasta lo estructural, desde lo anecdótico hasta lo definitorio se encuentran de algún modo en estas pinturas. Intuyo en esos gestos cierto espíritu didáctico, como si en 1957 Picasso hubiese querido aprender algo de Velázquez. Y es que aprendemos tanto de lo importante como de aquello que casi no significa nada. Aprendemos por oposición, probando cuál es el límite de las cosas, cuál es su final.
La segunda idea es que cuando miramos Las Meninas de Picasso no observamos a Velázquez reinterpretado ni deconstruido. Tampoco, me atrevería a decir, vemos al propio Picasso. Lo que observamos es, simplemente, un modo de mirar un cuadro. Esto puede parecer poco épico pero, en realidad, puede ser sumamente importante. Se ha hablado mucho de la quietud de los cuadros de Velázquez, de esa “falta de aire”, que decía Cortázar refiriéndose a Velázquez y, también, a Mondrian. Si esto es cierto –que de alguna manera lo es– Picasso consiguió animar Las Meninas, extraer de ellas lo que tienen de icono impenetrable.
La tercera idea es que después de aprender y de mirar, Picasso “vulgarizó” Las meninas de Velázquez y, con ello, las humanizó de algún modo, rescatando ese cuadro maravilloso de los discursos veneradores de la historia del arte, del fetichismo de los museos, de la indiscriminada fascinación de las aglomeraciones e, incluso, de la mirada alucinada de artistas contemporáneos como Jeff Wall o Alfredo Jaar.
La cuarta, y última, idea es una maldad. No tengo a Picasso por un artista “humanitario”, por lo que entiendo que esa operación suya de aprender, mirar y humanizar a Velázquez no fue una bienaventurada tarea escolar. Comprendo, más bien, que Picasso estaba alternando –como se decía antes– con la historia de la pintura, estaba coqueteando, estaba, en definitiva, siendo promiscuo. No daré nombres, pero hay artistas que hacen de la coherencia una divisa moral y estética, sin embargo hay otros que ordenan su tarea alrededor de la infidelidad, de lo desorganizado, de lo incoherente, de lo rapsódico. Esto que digo no es un alegato romántico ni una apología del arrebatamiento. Hace muchos años, cuando era más joven y estudiaba historia del arte, Picasso no me interesaba absolutamente nada porque me parecía un “antiguo”, porque era un pintor que le gustaba a todo el mundo y porque cada año, en Navidad, la Caixa de Sabadell te regalaba un libro ilustrado sobre Picasso. Hoy, sin embargo, me parece un artista que conviene analizar seriamente, huyendo de todos los estereotipos que le han rodeado. Como ven esta charla es, también, un acto infiel, otro gesto promiscuo.
Valentín Roma
Historiador de arte, comisario de exposiciones, profesor de estética y cultura digital