Caballo corneado
Caballo corneado
Caballo corneado
Desde su infancia y durante toda su vida Picasso fue un gran aficionado a las corridas de toros, por lo que la tauromaquia es uno de los temas recurrentes en su obra. Durante su estancia en Barcelona entre junio y noviembre de 1917 tuvo ocasión de asistir a más de una corrida, y de ello da fe una postal que le envió a su amigo Guillaume Apollinaire el 18 de octubre: “Me encontré a Picabia el domingo en las corridas de toros.” A diferencia de lo que mayoritariamente había hecho en ocasiones anteriores, aquí el artista deja a un lado la representación colorista y festiva del espectáculo taurino para centrar su atención, cual primerísimo primer plano y en la estela de Goya y Gutiérrez Solana, en la agonía solitaria del caballo destripado, que va desplomándose hasta caerse de bruces en una postura fetal o de plegaria que se ha llegado a comparar con la de un crustáceo o un pájaro fosilizado. Picasso logra transcribir el dolor punzante del animal mediante el largo cuello estirado y la cabeza alzada mirando hacia arriba con el ojo fijo, como si pidiera clemencia para acabar de una vez con la cruel agonía. La boca cóncava constituye una fórmula de “pathos” ya utilizada como recurso en algunas figuras de la época azul, que confiere al caballo una doble condición, la propia de animal y la humana. El dramatismo y la crueldad de la escena alcanza su cenit con el asta que brota del suelo y se yergue amenazadora, esperando a que el caballo termine de desplomarse para rematarlo. Con un trazo firme y vigoroso realizado con lápiz de grafito sobre una tela con imprimación de color ocre, Picasso modeló la figura del animal con una calidad formal exquisita y un marcado expresionismo que asimismo encontramos en los apuntes de sus cuadernos de dibujo correspondientes a la estancia en Barcelona de 1917. Pese a la distancia en el tiempo, puede considerarse un precedente del “Guernica”.
Ubicada en
CP Sala 0980.2 cm x 103.3 cm
Donación Pablo Picasso, 1970
MPB 110.012