Yo Picasso. Autorretratos
Primera gran exposición monográfica sobre el autorretrato picassiano, un género que abarca más de setenta años de la vida del artista, desde su infancia hasta las puertas de la muerte. En los autorretratos, Picasso dejó testimonio de hechos biográficos, pensamientos, preocupaciones o divertimentos y, sobre todo, usó su propio rostro como laboratorio de experimentaciones formales.
Apenas iniciado el siglo XX, un impetuoso Picasso que ni siquiera había cumplido veinte años se autorretrataba en diversas obras con la contundente firma “Yo”. La explícita carga eufónica de la expresión transmitía el vigor y la autoconfianza de una personalidad que dejará una fuerte impronta en la evolución artística del siglo. A pesar de este interés precoz por enfatizar su ego, el autorretrato solo fue, realmente, un género destacado durante su juventud y, en menor medida, durante su vejez, de modo que se estableció una solución de continuidad entre ambos períodos. En este intervalo, el autorretrato tradicional se convirtió en un género ocasional y, sin embargo, creó diferentes tipos de autorrepresentación.
Esta es la primera exposición monográfica que se ha organizado sobre el autorretrato en la obra picassiana. La disposición museográfica plantea un doble nivel de lectura. En un sentido formalista, permite seguir la carrera del artista en paralelo a la evolución de sus autorretratos; se transita, pues, por los períodos académico, azul, primitivista, cubista, neoclasicista, surrealista o del último Picasso. En un sentido más narrativo, profundiza en la aventura estrictamente humana que fluye por una obra abiertamente autobiográfica.
Barcelona, fábrica de autorretratos
Picasso afirmó que «la pintura no es una cuestión de sensibilidad; es preciso usurpar el poder; hay que ocupar el lugar de la naturaleza y no depender de las informaciones que nos ofrece». Pronto adoptó un método muy personal para representarse a sí mismo, de forma que ya en los primeros autorretratos eludió el sentido imitativo propio del género, prescindiendo de su fisonomía real. Este primer ámbito analiza el autorretrato centrado en el rostro, la vertiente del género que protagonizó el comienzo de su trayectoria. En algunas obras se detecta todavía la influencia de la formación académica, patente en los ocres de la paleta de los años de Llotja, pero a su vez evidencia las maneras antiacadémicas de propias de una acusada personalidad. En este proceso iniciático destacan tanto la necesidad de afirmación como un formidable dominio de las técnicas dibujísticas. Una parte considerable de los autorretratos de juventud los realizó en Barcelona, adonde llegó con trece años, siendo este periodo el único en que este género fue realmente sustancial dentro de su obra.
Forjando la imagen del creador
Picasso cultivó el autorretrato como artista desde los años académicos y durante su juventud, si bien este es un tema que aparece de forma transversal en toda su obra. El proceso de autoobjetivación lo llevó a experimentar toda suerte de perspectivas y posturas, a imagen de los grandes maestros y con el objetivo de hacer hincapié en su condición de artista. Autorretrato con peluca y Picasso par lui-même, donde el autor se caracteriza como un simio, representan el disfraz histórico y el doble híbrido animalizado, categorías relevantes de la autorrepresentación picassiana, con frecuencia mediante la caricatura. La proyección como creador se desplegará en diversas líneas, ya sea como artista in actu—ante una tela o un bastidor─o como bohemio, acompañado por sus amigos y vistiendo atrevidas indumentarias. En este proceso promocional aprovechó las posibilidades que le ofrecía la prensa escrita, no solo proporcionando autorretratos a diversas publicaciones barcelonesas, sino también publicándolos en Arte Joven, revista de la que fue codirector.
Eros, Tánatos y Vida. París 1901
En ocasiones Picasso recurrió al autorretrato como espacio de proyección de su realidad más íntima. En este caso las obras contienen una mayor carga biográfica y a menudo están realizadas sobre soportes modestos. Como contrapunto al arquetipo miserabilista ligado a la época azul son habituales los autorretratos erótico-sexuales o aquellos en que el artista se representa junto a una celestina en un burdel. Ya en un registro simbolista destacan los autorretratos vinculados a La vida, la obra maestra de dicho periodo. Las connotaciones narrativas de autorretratos como los anecdóticos dibujos de los viajes a París, contrastan con las investigaciones formales de más calado centradas en el rostro que realizó en esa ciudad. El año 1901, representado con cuatro obras, ofrece una de las secuencias más destacadas, que oscila entre las composiciones mundanas como Picasso con sombrero de copa y otras de corte introspectivo, como el Autorretrato (Yo) del Museum of Modern Art de Nueva York. En los años siguientes Picasso persistirá en el análisis del rostro, proceso que alcanzó su cénit entre los años 1906 y 1907.
El camino hacia la máscara
La producción previa a 1907 resultó clave en la carrera de Picasso por cuanto fue realizada en los años del asalto a la modernidad, que simbólicamente se concreta en Les Demoiselles d'Avignon. La asimilación de nuevos referentes y la constante evolución de su lenguaje pictórico tienen su correlato en el autorretrato. La autorrepresentación como bohemio o arlequín del bienio 1904-1905 constituye la cesura que marca el alejamiento del sentido imitativo del género. En 1906 el proceso de primitivización de su obra y el interés por el arte antiguo —especialmente el ibérico— se concreta en la simplificación de las formas y la transformación de los rostros en máscaras. Este es un año fundamental para la autorrepresentación picassiana, pues el artista realizó diversas obras con una orientación similar. La culminación de este proceso se concreta en el Autorretrato de la Narodni Gallery, de 1907, que anuncia un nuevo lenguaje pictórico a la vez que preludia la desaparición del autorretrato tradicional durante los años siguientes.
Autorretrato fotográfico
El interés por la fotografía llevó a Picasso a cultivar una nueva variante del autorretrato, el autorretrato fotográfico. Las probaturas iniciales evidenciaban un conocimiento de la técnica todavía incipiente, en el que Picasso ahondó con el paso del tiempo. Los primeros autorretratos los realizó en 1901, en París, y se sucedieron otros en años posteriores, especialmente durante el cubismo, coincidiendo con la casi desaparición del autorretrato tradicional. Los autorretratos del periodo cubista persiguen dos objetivos principales: documentar la producción artística del autor y proyectar la imagen del creador en el entorno del taller. El concepto de autorretrato, sin embargo, en ocasiones se refiere solamente a la construcción de cuidadas escenografías por parte del artista, más allá de la autoría real de la fotografía. Años más tarde Picasso utilizó retratos suyos realizados por otros fotógrafos, e incluso en fotomatones, como soporte de composiciones lúdicas que él iluminaba, y que menudean en la obra de madurez del artista.
“Monsieur Ingres, c’est moi!”
La verificación plástica de los postulados primitivizantes sobre el propio rostro llevada a cabo entre 1906 y 1907 reaparece durante el periodo 1917-1921 basándose en unas propuestas neoclasicistas que ya se venían manifestando en la obra picassiana. Cabe leer el «retorno al orden»” que supone la recuperación de modelos estéticos clásicos durante la segunda década del siglo XX también en clave picassiana, como un retorno al dibujo como técnica genésica. Los autorretratos al óleo son una excepción ante la rotunda reivindicación del dibujo, a menudo adoptando modelos ingresianos. Ernest Ansermet afirmó haber visto a Picasso saludándose a sí mismo ante un espejo y exclamando: «Monsieur Ingres, c’est moi!». En los años cincuenta, cuando le preguntaron sobre su último autorretrato contestó que lo había realizado en 1918, «el día que murió Apollinaire», lo que simbolizaría que pasaba página de una época de su vida. Esta respuesta con trasfondo íntimo sería desmentida por su producción posterior, pero escondía un poso de verdad por cuanto transcurriría mucho tiempo hasta que Picasso volviera a producir un conjunto tan significativo de autorretratos.
Presencia y ausencia
Coincidiendo con la vinculación de Picasso con el surrealismo, aparecerán nuevas formas de autorrepresentación más crípticas y sutiles. Estamos ante una imaginería de presencia y de ausencia que aglutina la producción autorrepresentativa de un periodo considerable. Hacia finales de los años veinte Picasso inicia una serie de óleos donde el perfil sombreado del artista se confronta en ocasiones con una figura monstruosa de naturaleza surrealista. La sombra y el perfil a menudo son utilizados como proyecciones de situaciones domésticas que le interesa mantener en secreto. A principios de los cincuenta, con Sombra sobre la mujer, metáfora del abandono de Françoise, se confirma el papel de la sombra en épocas de problemática personal. Este recurso pervivirá, con diferente intensidad, hasta los últimos años. Paralelamente el género se expandirá hacia otras disciplinas, como la cerámica, el grabado o los libros ilustrados, donde realizó incluso un autorretrato como escritor.
El artista y la modelo
Michel Leiris consideraba el tema del artista y la modelo picassiano «un género en sí mismo». Sin embargo, Picasso raramente se autorretrató con su propio rostro, sino que utilizó arquetipos procedentes de la iconografía artística, operando una de las clásicas metamorfosis picassianas que solo en ocasiones podemos descodificar en clave autorreferencial. Sabemos que el escultor de la Suite Vollard de los años treinta o el pintor de la Suite Verve de los cincuenta, por razones diferentes, responden a un correlato biográfico. En los últimos años de su vida Picasso incidió en un tema estructural, la imagen del artista, en realidad, una sublimación de su propia personalidad; pero no le interesaba tanto la idea de autorrepresentarse como la voluntad de reflexionar sobre la imaginería del creador. De todas formas, a menudo jugó con el equívoco y podemos distinguir diversas categorías en función del nivel de remisión a su fisonomía: el autorretrato explícito ─el menos habitual─; el autorretrato con elementos o facciones evocadoras y el autorretrato simbólico.
Pintura contra el tiempo
En los últimos años se produce un retorno al autorretrato, básicamente a través del grabado y a manera de balance vital. Este género desplegará una narratividad inédita en el óleo y le facilitará a Picasso la creación de composiciones corales de amplio recorrido iconológico y diferentes niveles de lectura. Las series de autorretratos más destacadas pertenecen a la Suite 347 y a la Suite 156, realizadas cuando Picasso tenía entre 86 y 90 años. Su iconografía bascula desde la cita de los grandes maestros y la autoparodia hasta la recreación del mundo circense, grotesco y femenino: su theatrum mundi. El artista se convierte en un espectador que recrea su propio submundo adoptando toda suerte de personalidades, ya sean las de un viejo impotente, un turista o un recién nacido, superando ampliamente el concepto de autorretrato. En el verano de 1972, meses antes de su muerte y a pesar de una evidente devastación física, insistió en legarnos una inquietante serie de autorretratos que constituyen la postrera manifestación del legendario «Yo» picassiano.